No planificamos pasar la noche número 100 del viaje bajo el estrellado cielo de las Salinas Grandes, en Jujuy. Hoy van unos 146 días desde que salimos de Buenos Aires para vivir en una Fiat Fiorino. Les invito a sumergirse en nuestra vida viajera con esta aventura que significó cruzar de Salta a Jujuy por la Ruta Nacional 40.
Perder el miedo
Una noche en Cachi, Salta, Sergio y Sandra nos propusieron comprar carne y achuras para hacer un asado. La adorable pareja (él ucraniano, ella porteña) nos brindó su casa de alquiler por un precio «a voluntad». Usábamos baño, cocina e internet y dormíamos en la camioneta.

Foto: Vista de la casa de Sergio y Sandra, Cachi, Salta.
Mientras comíamos el asado, un amigo de la pareja que se había sumado a la cena nos hizo la típica pregunta: «¿Y ahora, para dónde siguen?» a lo que respondí confiado: “vamos a San Antonio de los Cobres”. El comensal sorprendido exclamó que ese camino se hace solo con 4×4, sobre todo en diciembre, que ya es época de lluvias y crecen los ríos.
Ya sabíamos que se trataba de una ruta difícil, que ese tramo de la 40 está complicado, sobre todo porque hay que atravesar varias veces (6 en total, creanme que las conté) el río Calchaquí. Pero teníamos muchas ganas de hacerla.
Sergio y Sandra nos habían dicho que hasta La Poma (el pueblito donde vive la Eulogia de esta famosa zamba) el camino estaba bien. Es decir, de Cachi a La Poma llega cualquier auto y, la verdad, lo vale mucho.
Son 60 kilómetros de un paisaje alucinante: volcanes, cerros colorados, una quebrada hermosa y el río Calchaquí más ancho que nunca. Es tan caudaloso el río que en La Poma te podes comer UN PLATO DE TRUCHA en el comedor de Margarita. Para chuparse los dedos.

Foto: Trucha en el Comedor de Margarita, La Poma, Salta.
Luego de deleitarnos con aquel pescado, le comentamos al señor que trabajaba en el comedor de Margarita, que teníamos intenciones de ir a San Antonio de los Cobres con nuestra pequeña -amada y fuerte- Fiat Fiorino.
Nos dijo que al día siguiente habría un partido de fútbol entre el equipo de La Poma y el de San Antonio de los Cobres, por lo cual, 3 camionetas de la municipalidad cargadas de jugadores harían nuestro mismo camino por la tarde. “Cualquier cosa ellos los pueden auxiliar” dijo el señor, de contadas palabras, que nos había servido el almuerzo.
Nos recomendó también, algo que ya nos habían advertido en Cachi, que avisemos en la comisaría de La Poma que íbamos a hacer la ruta a San Antonio, y que al llegar a destino hagamos lo mismo. Dado que si no, saldrían a rescatarnos.
La Poma es el último (de sur a norte) de los pueblos que conforman los imponentes Valles Calchaquíes. Tiene la particularidad de que fue mudado a causa de un terrible terremoto que azotó el primer asentamiento del pueblo en 1930. El “pueblo histórico” quedó en ruinas, viven sólo 3 familias actualmente. El resto de sus habitantes se trasladaron un kilómetro más arriba donde, aseguran, no hay riesgo de sismos.
Es muy bello recorrer el pueblo histórico con sus casas de adobe (muchas en ruinas), su antigua iglesia y la plaza que está muy bien cuidada. Un viaje en el tiempo. Estábamos dando vueltas por el pueblito en ruinas cuando se detiene una camioneta grande delante nuestro y se baja un señor con barbijo. La copilota se quedó en la camioneta. Había mucho viento.

Foto: Pueblo Histórico en ruinas y plaza remodelada, La Poma, Salta.
El señor se nos acerca y nos empieza contar historias del pueblo, que él vivía ahí con su familia, que su abuelita había muerto en el terremoto, que enfrente vivía la Eulogía de la mítica zamba. Pero lo más importante que nos dijo es que él había hecho la ruta a San Antonio hace varios años, con una camioneta más pesada que la nuestra y más vieja, y que la hizo varias veces. Fue el único testimonio que nos alentó a seguir nuestro camino.
Con valor, a las 9 de la mañana, fuimos a la comisaría. Le consulté a la oficial cómo estaba el camino. Ella respondió serena:
-Transitable. Al cruzar el río, no se detenga. Hay muchas piedras y el río está alto. Si frena, pueden quedarse. No suelte el acelerador-, sentenció.
También nos recordó que por la tarde saldrían 3 camionetas de la municipalidad a jugar un partido de fútbol, lo que nos garantizaría un eventual rescate en la ruta.
Foto: Mateo, camuflado, haciéndose el gracioso en El puente del diablo, La Poma, Salta.
Ruta Nacional 40

Foto: Ruta Nacional 40, kilómetro 4591, Salta.
Comenzó la odisea, dejamos atrás La Poma y retomamos la Ruta Nacional 40. Teníamos un auto adelante y soñábamos con que nos acompañase toda la ruta. Pero a los pocos kilómetros se detuvo en una escuelita rural donde se bajó una docente con delantal blanco.
La ruta subía, pero no mucho, íbamos bordeando el río Calchaquí, observando el paisaje, yo estaba algo nervioso, miraba las aves y los cerros, pero iba muy atento a los charcos y al barro que había dejado la lluvia. Tomamos una colina, esas que van subiendo y es tan empinado que no ves qué sigue delante, hasta que la trompa se asomó mostrando el horizonte y vimos el primer desafío.
Nos detuvimos y bajamos a ver. El río corría furioso, la camioneta estaba en pendiente, había que bajar, cruzar el agua y subir una loma muy empinada. Piedras grandes con filo se asomaban en la superficie y no se podía ver el fondo.

Foto: La fiori en pendiente, Nicole yendo a revisar el cruce del río. Ruta 40 camino a San Antonio de lo Cobres, Salta.
Ahí comenzó una metodología que aplicaríamos en cada uno de los 6 cruces: parar la chata (sin apagar el motor), bajar, mirar bien y elucubrar juntes cuál sería la mejor estrategia para atravesar el río sin frenar, como recomendó la policía, pero sin romper el chasis, pinchar o quedarse atascado entre las piedras y el barro.
Una vez que nos pusimos de acuerdo en cómo cruzar, volvimos a la camio y simplemente la dejé caer, en segunda, la gravedad hizo lo suyo y con un par de tumbos, ruidos de rocas contra el auto y nuestros grititos ahogados, pasó. El caso es que apenas cruzamos, en la subida que seguía, se apagó el motor. Porque al cruzar despacio para no romper nada, no nos dio la fuerza para subir la loma. Estábamos ya a más de 3500 metros de altura y el pequeño motor 1.4 pierde potencia.
Quedamos en pendiente, pongo primera, no sube. Se apaga. Pruebo una vez más, se apaga. Nicole baja del auto para aliviar peso, pero tampoco resulta. Cada vez que se apagaba se me iba más para abajo, ahí es cuando Nicole me dice que no caiga más atrás porque cada vez está más empinado y hay piedra suelta.
Me concentro, tiro un rezo al aire a alguna deidad andina, pongo primera y la piso a fondo; resbala, raspa, sale humo, y sube. Gritamos de alegría y suspiramos profundamente. Quedaban 5 cruces más.
Cruzando el río en la Ruta 40 con nuestra Fiat Fiorino
Como dije, no todos los cruces del río son relatables, siempre la misma metodología. Hubo uno muy bravo, el tercero si mal no recuerdo, en el cual meditamos mucho antes de cruzar. Era larguísimo y muy profundo. Ahí fue que rompimos un pequeño plástico protector que tiene abajo el chasis, pero nada grave.
Cuando cruzamos el sexto estábamos aliviados, sabíamos que ya no habría más cruces porque empezamos a subir mucho en altura y el río quedaba cada vez más abajo.
Lo que restaba ahora era subir muy despacio hasta los 4895 metros. Empezaron a aparecer las vicuñas, los guanacos y las llamas. Andaban por ahí aleteando unos pajaritos verdes mezcla de cotorra y colibrí que brillaban en la puna salteña. Todo el camino nos acompañó el Nevado de Acay un cerro imponente de 5750 metros de altura desde donde baja el río Calchaquí.
Es muy hermoso ver el cerro nevado a medida que vas avanzando por la ruta. Hasta aquí, no cruzamos ni un sólo vehículo. Recién llegando a la cima del camino apareció una camioneta 4×4 con dos hombres que parecían turistas.
Foto: Mateo llegando a la cumbre, Ruta 40, camino a San Antonio de lo Cobres, Salta.
La cumbre
Foto: ¡Llegamos a la cumbre!
Haciendo un esfuerzo enorme, nuestro pequeño motor logró alcanzar el punto más alto y llegamos a los 4895. Bajamos a sacarnos la foto con el cartel que marca la altura máxima y había unos zorros custidiánadolo. No suelen ser agresivos con los humanos estos pequeños caninos, pero se los veía un tanto nerviosos. Luego de un registro algo riesgoso, vino el júbilo correspondiente y ahí comenzamos el descenso hasta San Antonio de los Cobres.
Llegamos al lugar a las 13 hs, se trata de un pueblo minero, enclavado en la puna. Por el tipo de construcciones se puede notar los fuertes vientos y nevadas que deben soportar sus habitantes. Ahí llega el famoso Tren a las nubes, por lo que hay mucho turismo.
Cuando estacionamos sentimos una sensación fuerte, como si hubiéramos cruzado una frontera. Parecía Bolivia por momentos. De hecho las cholitas te encaraban para venderte biromes, llamitas y demás chucherías en la calle.
Avisamos en la comisaría que llegamos bien. El poli de San Antonio de los Cobres le mandó un whatsapp a la poli de La Poma avisando que la Fiorino dominio XX XXX XX, llegó.
Yo estaba muy cansado, un poco apunado, pero feliz. Comimos un escabeche de porotos blancos con pancito y palta, riquísimo. Ah y un chocolate. Eso me devolvió un poco el color, pero igual ya no quería saber nada con el volante.
Ahí fue que Nicole se propuso a manejar lo que quedaba para llegar a las Salinas Grandes. También preguntamos en la comisaría cómo estaba el camino y el veredicto fue: transitable. Es una ruta rara, que casi no se usa. De hecho no tiene cartelería, nunca supimos si es la ruta provincial 68 o la 71. El GPS marcó todo el viaje «Av. Brígido Zabaleta».
Nicole manejó regia todo el camino. No había subidas y bajadas ya que estábamos en terreno llano, una meseta a más de 3000 metros sobre el nivel del mar. Fueron 3 horas de un ripio horrible, mucho serrucho y dos o tres cruces de vertientes, algunos muy barrosos, donde Nicole tuvo que hacer maniobras especiales para no quedarnos atascades en medio de la puna.
Dormir en un desierto de sal

A eso de las 17 hs cruzamos la frontera a Jujuy (no había nada ni nadie en el límite, lo notamos por el GPS) y a las 18 hs llegamos a las Salinas Grandes. Se extendía ante nuestros pies un desierto de sal y un inmenso cielo sobre nuestras cabezas; nos invadían unas ganas tremendas de comer tortilla y tomar unos buenos mates.
Nicole estacionó, prendió la garrafa y calentó agua. Yo le regatié dos tortillas por 100 pesos al señor que vendía en el parador y le pregunté si se podía pasar la noche ahí. Me dijo que sí, que a veces la gente se queda. El único tema: no hay baños. Pero bueno, ya estábamos acostumbrades a esa situación.
El sol caía en el horizonte tiñendo de dorado todo el suelo del salar. Un cartel en el acceso reza: «No al litio, sí al agua y a la vida en nuestros territorios». Las comunidades indígenas administran los paradores en el salar y te llevan a conocerlo con guías.

Nos dijeron que después de las 19 hs ya no quedaba nadie en el salar, se iban todes y volvían a las 9 de la mañana. Salimos a caminar por el salar y a disfrutar el atardecer. Las nubes amenazaban con llover. Aquí se dice: «parece que quiere llover», como si dependiera de alguien aquel fenómeno climático.
Fue entonces que empezamos a ver un espectáculo natural. Cruzaban el cielo decenas de relámpagos, uno al lado del otro y caían con estruendo sobre algún lugar de la puna, no muy lejano a donde estábamos nosotres.

Ya no quedaba nadie, estábamos soles en el medio de un desierto de sal con una tormenta eléctrica tronando a pocos kilómetros. Claramente hubo momentos donde me pregunté qué carajo hago acá y tuve un miedito. Pero Nicole estaba confiada y me decía que los truenos caían lejos.
Se largó a llover sobre nostres y nos metimos en la camioneta a hacer unos fideos con tuco y a tomarnos una botella de vino, uno rico y barato que compramos en San Antonio de Los Cobres.

Vino y pasta, la mejor combinación para celebrar 100 noches viajando. En la madrugada nos levantamos para ir al baño y ya no había nubes, así de cambiante es el tiempo en el norte. Había media luna y brillaban millones de estrellitas en un cielo negro y enorme.
Nunca había visto con tanta amplitud nuestro cielo. Fue fugaz la contemplación, pues hacía mucho frío, estábamos semi desnudos y semi dormidos. Pero no creo que me olvide nunca de esa noche 100, de ese cielo, de este amor y de este viaje.
Nicole disfrutando un atardecer en las Salinas Grandes, Jujuy. Música de Pato Antognini y Lucas Forte.