Fuimos desde Traslasierra hasta Punilla por las sierras. Un camino tan poco conocido como bello y aventurero. Acampamos en el medio de la nada y conocimos a un animal que nos protegió durante la noche en el monte cordobés.
¿Cuántas veces en la vida nos pasa de encontrar un animal que necesita un hogar y pensamos en llevarlo a casa? Pero considerarlo posta. A algunas personas les debe pasar más seguido que a otras, incluso habrá gente a la que no le pasa nunca. Pero yo creo que en todos los casos, lo lleves o no lo lleves, siempre se trata de un momento especial.
Eso nos pasó un fin de semana de julio en el Río Ávalos, un río que quiebra las montañas de Córdoba, viene bajando desde Los Gigantes y serpentea las lomadas redondeadas por más de 300 millones de años de erosión.
Nos enamoramos de un gatito al que bautizamos, muy ocurrentes: Ávalos. El gato Ávalos. Voy a contar la crónica de cómo dimos con él. Porque para llegar al gato Ávalos tuvimos que atravesar un camino histórico que usaron primero los pueblos originarios, después las mulas de carga que movían mercadería en la época colonial y que fue escenario de batallas entre unitarios y federales.
Salimos de San Javier antes del mediodía con mate y facturas, fuimos a almorzar con una familia amiga en Panaholma y después de una visita rápida por ese pueblo, seguimos viaje por la Ruta Provincial 15, que une Villa Cura Brochero con Villa de Soto. Pasando Taninga y Salsacate, viene San Carlos Minas (3.000 habitantes) ahí fue que paramos a cargar agua caliente en una casa-almacén. Adelante era el living, atrás, el almacén. Era la casa de una señora con dificultades para caminar, que se movía con su bastón. Me ofreció calentar en la pava eléctrica un litro de agua por 200 pesos, me pareció caro, pero yo estaba de buen humor: conocer esos mini pueblos me hace viajar en el tiempo, me levanta el ánimo.
Le pedí pan, no tenía, me recomendó la panadería de la esquina. Entonces le dije que me haga el agua, mientras iba por el pan. Caminé una cuadra y llegué a la panadería. Cerrada. Así que busqué el siguiente almacén. En ese había 4 hombres en la puerta, alrededor de una mesa, recién se habían comido un asado, quedaban los huesos en una bandeja plateada y una mamajuana de vino arriba de la mesa. Uno de los hombres estaba en silla de ruedas, tenía un olor raro, rancio, los otros me miraron como diciendo qué hace este gringo por acá, a lo que respondí con un: buenas tardes ¿cómo va?
El chico que me atendió en el almacén, con la remera suplente de Talleres, me atendió rápido, le pedí: queso, pan y vino. Ah y unas galletitas Opera para levantar en la ruta. Una pregunta: ¿Conoces el camino que va para La Falda desde acá? Uf, me contesta y por primera vez me mira a los ojos: es largo eh, conozco Cruz de Caña y hasta La Candelaria, después creo que está Cuchilla Nevada, pero nunca seguí ¿Pero sabes si se puede seguir? le pregunté, la gente sabe hacerlo, me dijo, pero no sé cómo está el camino. Me despedí agradecido y también saludé a los borrachines de la puerta.
Ya teníamos la cena, volví por el agua caliente con la señora renga, que me pidió que la sirviera yo en el termo porque le costaba levantar la pava sola. De nuevo en el auto fuimos hasta La Higuera (400 habitantes), un pueblo que actuaba como parador en las rutas coloniales y del siglo XIX, desde ahí sale el camino de tierra que va hasta La Falda. Son 83 km de ripio en total, los carteles indican: Estancia Jesuítica la Candelaria (Patrimonio de la humanidad por la UNESCO). Es el destino más turístico de la zona.
Encaramos la tierra y fue como entrar a un túnel de monte verde que contrastaba con lo pelado y seco que veníamos viendo en el camino de asfalto. Estaba bien el ripio y como nos tocó hacerlo a la siesta, se empezaron a pintar de naranja todos los árboles: cocos, molles, quebrachos, algarrobos, aguaribay y a medida que íbamos subiendo se veía más profundo el valle de traslasierra norte que dejábamos atrás para internarnos de lleno en la montaña.
Casi nos quedamos a dormir en Cruz de Caña, porque había un camping municipal gratuito al lado del río, con mesas, baños, iluminación, pero queríamos llegar a La Estancia Jesuítica, así que seguimos. Subimos a un mirador increíble que lo quiero agregar a google maps porque no sabes que existe hasta que vas ahí y te comes todo ese viaje a tientas.
Pasando el mirador, hay algunas subidas que llegan hasta los 1500 metros de altura. Ya estábamos completamente solos, no había nadie por esos caminos, solo vimos pasar de frente una combi de la provincia que bajaba la montaña con estudiantes de alguna escuela rural de la zona.
Doblamos en una curva, en subida, y lo primero que vimos de la Estancia Jesuítica fue el cementerio. En ese momento a Nicole le dio un escalofrío. A los pocos metros, cruzando un arroyo, llegamos a la Estancia. El museo estaba cerrado, cerraba a las 17 hs y ya eran 17.30, me di cuenta que en esa combi de la provincia también bajaban les trabajadores del museo.
Dimos una mirada por afuera y la verdad es que el lugar daba miedo. Una estancia española del año 1637, en el medio de la sierra, con un cementerio muy grande ¿cuánta gente puede morir en una estancia? una estancia levantada por esclavos negros, donde se reducía y evangelizaba a los indígenas de la zona. Trabajaban curas, funcionarios del virreinato y esclavos negros, produciendo alimento y criando animales (sobre todo mulas) y recibiendo a los viajeros y encomenderos de la época. Siempre acompañando con una buena misa, que aseguraba que todas las actividades estén bajo la mirada del Señor (Rey).
El sol estaba a punto de caer, así que ni fotos sacamos. Salimos rápido de ahí, no vaya a ser cosa que nos embrujen los brujos evangelizadores. Tan rápido nos fuimos que nos confundimos de camino y tuvimos que retomar al borde de una cornisa. Nos vino bien el desafío, porque lo que sucedió después fue realmente adrenalínico. Es evidente que la gente va de la Higuera hasta La Candelaria y vuelve. Nadie sigue hasta la falda. El camino es emocionante, pero peligroso. Terminamos rezándole al Curita Gaucho: Gabriel Brochero.
Curva, subida, curva, piedra suelta y corniza, todo en un camino donde solo entra un auto. Ni un árbol, todo pastizal bajo, vimos una martineta común que es como una gallina que corre muy rápido y vive ahi en los pastizales. También vimo un grupo de pirinchos, un ave muy graciosa con pelos locos, típica de las sierras ¿Personas? dos en total. Una señora que buscaba señal arriba de una piedra en una lomada y un arriero que perseguía a unas vacas bien abrigado.
Nuestro objetivo era un vado que estaba al lado de un camping. Porque no se crean que viajamos 100% a tientas. Yo miro google maps. Se suponía que ahí, en la playita del río Ávalos, se podría acampar. Apenas llegamos, ya casi de noche, no había nada. El camping «El buen descanso» estaba cerrado y no parecía vivir nadie al menos a 10km a la redonda. Pero avanzamos un poco más, cruzamos el famoso vado y había una salida a nuestra derecha. Nos metimos por ahí y debajo de un molle enorme dejamos la camioneta.
Bajamos de la chata y detectamos que era un típico lugarcito cordobés donde acampa la gente al lado del río. Como en el Quilpo de San Marcos o el río de Icho Cruz: un fogón para cocinar, cajas de vino vacías, piedras copadas para sentarse, un palo especial para mover las brasas (al que yo le atribuí propiedades místicas y cuando nos fuimos lo dejé exactamente donde lo encontré), había hasta una parrillita colgada en el Molle. Era una madriguera humana, un lugar donde podés sentirte seguro entre medio de tanta naturaleza.
Lo mágico fue cuando empezamos a escuchar un maullido. Nicole fue la primera que lo escuchó, y dijo: si hay un gato acá, es porque tiene que haber alguna casa cerca. Estábamos tanteando qué tan oportuno sería dormir ahí. Seguimos al maullido, que venía del río, y cuando llegamos a la playita apareció Ávalos. Desde el principio, el gatito fue muy cariñoso con nosotres, nos acompañaba mientras saltábamos por las piedras hasta llegar al agua. Y si este gato vive acá, seguro no hay pumas o gatos grandes en la zona, concluyó de nuevo Nicole. De repente el gato era nuestro protector.
Finalmente nos quedamos abajo del Molle. Juntamos un poco de leña para hacer fuego y calentarnos. Se destapó el vino temprano. Al gato le dábamos pan y se lo devoraba, estaba hambriento. Era peludo, pero flaquito, parecía cachorro. Cuando entramos a la chata para dormir se quería meter adentro. No lo dejamos. Así que anduvo corriendo por el techo un rato, aparecía de repente en el parabrisas de adelante, con sus garritas pegadas al vidrio. Entonces le pusimos una caja de cartón abajo de la camioneta y se quedó ahí durmiendo.
Comenzamos la charla de si llevarlo o no. Yo estaba muy motivado, para mí significaba un cambio grande, nunca tuve mascota. El concepto mascota me hace ruido. Pero este gato era muy cariñoso, y la historia del lugar donde conectamos con él, era buenísima. Una buena historia justifica grandes pasos ¿O no? A Nicole le encantan los animales, las mascotas, todo, pero algo era cierto: estábamos próximos a mudarnos a una casa nueva, y también teníamos un viaje a Buenos Aires muy pronto. Entonces dijimos que, si al otro día el gato amanecía en la caja, nos lo llevábamos.
Al día siguiente el gato estaba en la caja. Había dormido toda la noche abajo de la camioneta, osea abajo nuestro, sin molestar. El gato Ávalos quería cariño, quería comida, quería una casa. Hasta su vida podría correr peligro en un lugar como ese. Salimos del furgón, con frío, a eso de las 9 am. Prendimos la garrafita para hacer agua caliente pal mate y unos huevos revueltos. Le dimos al gato un huevo y se lo devoró.
Todavía quedaban 30 kilómetros de ripio hasta La Falda y después seguíamos viaje a Capilla del Monte, así que no podíamos retrasarnos. Fuimos al río Ávalos a mojarnos la cara con su agua cristalina, el gato Ávalos nos acompañó. Y ahí, en el río, con el gato entre las piernas, decidimos no adoptarlo. Estábamos rompiendo la promesa de la noche anterior. Muy mal. Las promesas no se rompen.
¿Nos caerá una maldición por no sacar a Ávalos del río Ávalos? ¿O por no darle hogar a un bicho que lo necesitaba? O tal vez hicimos bien, y si lo sacábamos de ahí, seríamos arrastrados por la furiosa crecida de algún río cordobés. Se trata de un misterio viajero.