MAÑANA

El Inti (dios sol para los incas) me entibia la espalda con su luz que se asoma color maíz. Disfruto de estas primeras horas silenciosas donde solo se escucha el cantar de los pájaros o el motor de algún carro perdido que pasa por la puerta del camping ubicado en la montaña de Saqsaywaman, a 30 minutos del centro de la ciudad.

El mate me despierta las papilas gustativas y calienta mi estomago en una mañana de solo 5 grados de temperatura. El aire de mis pulmones sale en forma de humo blanco por mi boca y todavía quedan restos de la helada en el pasto y sobre las casas rodantes del camping.

Por más que haga un frio que te penetra los huesos, las primeras horas, donde comienza a clarear, son mágicas. En los 180 minutos iniciales, entre las 6 y las 9, se puede sentir el poder de la creación, de la génesis de un día y la explosión de la vida.

TARDE

El sol ahora me quema la piel y lo siento más cerca de la Tierra que nunca. Dicen que los incas hacían el Inti Raymi (la fiesta del sol) en junio (invierno en el hemisferio sur) porque veían alejarse demasiado en el cielo a la bola de fuego. La fiesta, evento alegre y cargado de rituales, era para que no se vaya definitivamente y vuelva a estar cerquita para el próximo diciembre.

Me refugio de sus rayos en la sombra fresca y me dedico activamente a mis cosas. Trabajo, leo, escribo, toco la guitarra, estudio las rutas y los mapas de nuestro viaje.

En el camping hay gente de todo el mundo. Puedo conversar sobre la guerra del golfo con una israelita, del café de Manizales con un colombiano, de los golpes de estado en Latinoamérica con un peruano o de cómo es la vida en los países nórdicos con una danesa.

En cusco sobran los estímulos, es una ciudad mundo o como la llamaban los incas: Qosqo que significa “ombligo del mundo” o “centro del universo” en quechua.

NOCHE

Camino por sus callejuelas medievales y una luz entre rojiza y violácea contornea los rostros de turistas, viajantes y locales.

Me siento abrumado por este mar de gente de todos los lares. Pero, también, es excitante. Cada callejón tiene al menos un bar con gente bebiendo y el humo de cigarrillo y otras hierbas flota en el aire.

Los hombres en la plaza me venden porro, o weed o cogollitos ¿color blanco o verde? me preguntan estos hombres que camuflan su oficio de proveedores de cocaína (blanco) y marihuana (verde) vendiendo cuadros bien coloridos con imágenes genéricas.

Las mujeres venden masajes. A veces sospecho de esta división de género entre les vendedores callejos de Cusco. Pueden ofrecerte hasta 5 veces en una cuadra: masajes relajantes, masajes terapéuticos, masajes estimulantes… A modo de cantito suena en cada esquina: “Massage, twenty soles, massage amigo massage.”